martes, febrero 20, 2007

La Participación en la Radio: Una Posibilidad Negociada de Ampliación del Espacio Público


Por Rosalía Winocur
Número 55
Razón y Palabra


La participación del público en los medios tiene sus orígenes prácticamente desde la aparición del periódico con el correo de lectores, pero cobra importancia en términos de opinión pública cuando se populariza en la radio el uso del teléfono en la década de los sesenta. A partir de ese momento la presencia de los ciudadanos en los medios se ha ido incrementando paulatinamente no sólo como recurso de legitimación del discurso de distintos segmentos y programas sino, también, como estrategia de visibilidad y reconocimiento de las necesidades de distintos grupos e individuos.

La importancia y la emergencia de este tipo de participación son indudables, sin embargo falta dilucidar cuál es su significado y alcance en términos de esfera pública:
a) ¿Hasta qué punto pueden considerarse espacios públicos de "traducción" y amplificación de las demandas ciudadanas?,
b) ¿y esta traducción, responde a los intereses genuinos de los ciudadanos, grupos o movimientos, o a los requerimientos de la construcción mediática del acontecimiento?,
c) ¿consiguen ser ámbitos alternativos a las formas tradicionales de mediación entre ciudadanos y poderes públicos?,
d) ¿los conductores actúan realmente de mediadores entre los poderes públicos y los ciudadanos, o más bien montan simulacros como parte de la puesta en escena?
e) Y desde la perspectiva de los participantes, ¿quiénes llaman?, ¿por qué lo hacen?, ¿desde qué lugar lo hacen?, ¿están solos o acompañados?,
f) ¿representa una instancia de participación individual o colectiva?, ¿se trata de una opción alternativa o complementaria de otras instancias de consulta, participación, opinión o demanda?,
g) y, por último, ¿qué papel juega la participación respecto a las posibilidades de ampliación y democratización del espacio público?

Para responder a estos interrogantes, es necesario, por una parte, abordar el problema de los nuevos sentidos que ha experimentado el concepto de ciudadanía en el contexto de las transformaciones ocurridas en la esfera pública, y por otra, discutir la naturaleza que adquiere la participación en los escenarios mediáticos. “La necesidad de comprensión de lo público en un mapa cruzado por tres ejes: el de la actual reconstrucción conceptual de lo público, la reconstitución de los medios y las imágenes en espacio de reconocimiento social, y las nuevas formas de existencia y ejercicio de la ciudadanía” (Martín-Barbero:2001:30)

Consumo, medios y ciudadanía: una relación emergente

Históricamente se ha concebido a la ciudadanía como un concepto que incluye todas las prerrogativas y subordina las diferencias en función de la relación de la igualdad de derechos definidos en términos universales y establecidos jurídicamente. Sin embargo, la emergencia de nuevas identidades, los conflictos étnicos, la crisis de las formas tradicionales de participación y representación política, y los procesos de globalización, han erosionado los significados tradicionales. En la literatura sobre el tema existe un consenso generalizado de que el concepto ha sufrido transformaciones tanto en lo que designa como en lo que representa, pero la perspectiva para abordarlo varía según en que realidad política y social se ubique la reflexión. Las diferencias pueden agruparse en cuatro orientaciones distintas. La primera vertiente ubica el problema en el surgimiento de nuevas identidades y la pugna de diversos grupos por el reconocimiento y la visibilidad de sus intereses. Esta línea de reflexión, particularmente desarrollada en Estados Unidos y en Europa a raíz de las reivindicaciones de las minorías, ha ido cobrando importancia en América Latina. El desarrollo de los movimientos sociales y la proliferación de diversos grupos que batallan por el reconocimiento de sus intereses y la legitimación de sus demandas, está llevando a redefinir lo que se entiende por ciudadano, no sólo respecto a la igualdad de posibilidades sino también al derecho de ser diferente. "Esto implica una desustancialización del concepto de ciudadanía manejado por los juristas: más que como valores abstractos, los derechos importan como algo que se construye y cambia en relación con prácticas y discursos" (García Canclini, 1995:20). En esta perspectiva, se afirma que la ciudadanía formal ya no asegura el acceso a los derechos sustantivos, incluso, en ciertas realidades políticas y sociales, se ha vuelto una práctica restrictiva asociada a valores nacionalistas que en ocasiones suele adquirir connotaciones xenóficas (Appadurai, 1996). Asimismo, votar no siempre tiene el mismo sentido para los residentes legales que para los ilegales, para los indígenas que para los mestizos. Algunos de estos grupos tienden a percibir los derechos formales más como mecanismos de exclusión que de inclusión, de ahí que muchos inmigrantes no estén tan ansiosos por obtener la ciudadanía (Rosaldo, 1998), ni los indígenas se muestren interesados en ejercer sus derechos políticos. Dentro de esta línea de reflexión, se recorta también la perspectiva feminista que aborda el problema desde la desigualdad de géneros y la opresión de las minorías étnicas y sexuales (Young, 1996). Sostiene que aunque formalmente todos los ciudadanos tienen el derecho de participar en diversas instancias políticas, sociales y jurídicas, en la práctica de las instituciones esto casi nunca se ejerce. Las mujeres, los ancianos, los discapacitados y minorías sexuales o étnicas suelen ser marginados, descalificados o simplemente ignorados. En esta posición se cuestiona severamente el presupuesto de definir a la ciudadanía como mayoría porque contribuye a reproducir la desigualdad: "Definir la ciudadanía como mayoría evita y ensombrece el requisito de que todas las experiencias, necesidades y perspectivas sobre los sucesos sociales tengan voz y sean respetadas (...) La existencia de grupos sociales presupone que las personas tengan historias, experiencias y perspectivas sobre la vida social diferentes, aunque no necesariamente excluyentes, y ello implica a su vez que tales grupos no comprendan totalmente la experiencia de los restantes" (Young, 1996:113, Pateman, 1996). En su lugar se propone definir a la ciudadanía como "cultural" (Rosaldo, 1998), que se entiende como "el derecho a ser diferente (en términos de raza, etnicidad o lengua nativa) con respecto a las normas de la comunidad nacional dominante, sin comprometer el derecho a pertenecer a ésta, en el sentido de participar en los procesos democráticos del Estado-nación (...) Desde el punto de vista de las comunidades subordinadas, la ciudadanía cultural ofrece la posibilidad de legitimar las demandas surgidas en el esfuerzo por emanciparse. Dichas demandas pueden variar desde temas legales, políticos o económicos, hasta problemas de dignidad humana, bienestar y respeto" (1998:242).

La segunda postura, ubica los cambios en la pérdida de centralidad de la política como discurso organizador de las identidades políticas y sociales (Lechner, 2000). Esto se explica como una consecuencia de la crisis de las ideologías, de los partidos y sindicatos como mecanismos de representación y de las transformaciones ocurridas en el papel del Estado. Dicha pérdida, produce una resignificación de la ciudadanía:

La llamada deselogización refleja la erosión de las claves interpretativas que anteriormente otorgaban inteligibilidad a la realidad social. El discurso político pierde poder de convocatoria porque ya no logra ofrecer códigos interpretativos ni señas de identidad fuertes. En la medida en que las identidades de clase se diferencian y dan lugar a una multiplicidad de agrupaciones tenuemente perfiladas, se diluyen "los intereses representables" (...) las personas a su vez, difícilmente se reconocen en una política que no les brinda reconocimiento social, un sentimiento de seguridad colectiva y de pertenencia a una 'comunidad'. En síntesis, crece la desafección por la política. Salvo en periodos 'calientes' la política no es algo relevante en la vida de los ciudadanos" (2000:26).

En esta perspectiva, el ejercicio de la ciudadanía se va desplazando de la política institucional a diversas instancias y núcleos de organizaciones sociales, locales y comunitarias con intereses muy diversificados. Lechner plantea que la pérdida de sentido de la política tradicional obliga a las personas a concebir de manera nueva su rol de ciudadanos. A veces de manera explícita -como sería el caso de las O.N.G.- pero la mayoría de las veces, de forma implícita, las personas deben formarse su propia idea acerca de los problemas y prioridades del país (2000:27). Este desplazamiento produce dos tipos de ciudadanía. Una de carácter "instrumental" que descree de la política, pero que sigue apelando a las instituciones estatales en la búsqueda de soluciones, particularmente a la administración municipal (2000:28). Y otra, que no tiene al sistema político como referente principal, sino a una red de grupos donde se organiza la socialidad en la vida cotidiana (las sociedades de padres, los grupos de autoayuda, las organizaciones vecinales, los clubes y deportivos, etc.): "El ámbito de la ciudadanía activa parece ser menos la política institucional que el desarrollo societal; estaría motivada por la convivencia social (...)" (2000:31). No obstante, Lechner aclara que este desplazamiento del interés ciudadano desde el sistema político hacia la trama social no debe ser confundido con una despolitización. Más que un desinterés por temas políticos parece tener lugar una socialización de la política en el sentido que las actividades de la vida cotidiana y la relación con las instituciones más próximas adquieren una dimensión política. "La política no residiría únicamente en las instituciones formales sino también en la trama formal al alcance de la experiencia concreta de cada personal. En este sentido puede hablarse de una 'ciudadanización de la política': la recuperación de la política como una capacidad propia de los ciudadanos" (2000:31). Se trata de una construcción teñida de múltiples referentes políticos, pero fundamentalmente anclada en la localidad y en las relaciones más próximas, ser un buen ciudadano en muchos sectores implica básicamente ser un buen vecino.

La tercera postura aborda el problema desde las formas de apropiación del espacio público entendido como “(...) uso social colectivo y multifuncionalidad. Se caracteriza fisicamente por su accesibilidad (...). La calidad del espacio público se podrá evaluar sobre todo por la inrtensidad y la calidad de las relaciones sociales que facilita, por su fuerza mixturante de grupos y comportamientos y por su capacidad de estimular la identificación simbólica, la expresión y la integración culturales” (Borja,1998:46). En esta perspectiva, el ejercicio pleno de la ciudadanía se concibe como la participación activa en distintos proyectos y organizaciones culturales y sociales, la recuperación de protagonismo en la gestión municipal, y la capacidad de concertar con otros el tipo de uso y la distribución de los espacios públicos: “La recreación del concepto de ciudadano, como sujeto de la política urbana, el cual se hace ciudadano interviniendo en la construcción y gestión de la ciudad. (...) El ciudadano es el que tiene derecho al conflicto urbano”. (1998:49). Esta postura también sostiene que la ciudadanía plena no se adquiere por el hecho de habitar la ciudad, ni por tener un documento legal que lo acredite, sino por el ejercicio intensivo y extensivo que diversos grupos hacen de sus derechos en la apropiación del espacio público (1998:52). Estos usos no se limitan a las manifestaciones políticas sino que también incluyen el derecho de las minorías y grupos marginados de ocupar la calle como habitat, espacio de supervivencia, y lugar de visibilidad de sus necesidades y demandas.

Un cuarto enfoque, piensa a la ciudadanía vinculada a las transformaciones que experimentó la esfera pública y a los procesos de consumo masivo. Frente al evidente protagonismo de los medios en la creación y recreación de escenarios de acción política, la pregunta clave que se formula es: ¿en qué medida los medios sustituyen o constituyen nuevos ámbitos para el ejercicio de la política y la ciudadanía? Siguiendo a Martín-Barbero, el problema fundamental no reside en la desaparición de la política, sino en "la reconfiguración de las mediaciones" donde se establecen las formas de delegación y representación de los sujetos en una sociedad. En ese sentido, el rol de los medios no sería principalmente el de sustituir las formas tradicionales del ejercicio de la ciudadanía, sino el de constituir nuevos escenarios donde se vuelven parte "de la trama de los discursos y de la acción política misma, ya que lo que esa mediación produce es la densificación de las dimensiones simbólicas, rituales y teatrales que siempre tuvo la política (...) el medio no se limita a transmitir o traducir las representaciones existentes, ni puede tampoco sustituirlas, sino que ha entrado a constituir una escena fundamental de la vida pública" (Barbero, 1999:50). Esta última perspectiva abre un importante espacio de reflexión teórica para pensar el papel que juegan los medios en los nuevos sentidos que adquiere la práctica y representación de la ciudadanía en relación con los procesos de consumo masivo y las transformaciones ocurridas en la esfera pública. La retracción de los espacios públicos tradicionales junto con la omnipresencia de la televisión y la radio en los hogares afectaron considerablemente los procesos de formación de opinión, las modalidades de participación, las maneras de pertenecer y las estrategias de inclusión en la esfera de lo público.

El discurso sobre la ciudadanía y la apelación recurrente a los ciudadanos circula de manera constante en la narrativa de los medios, particularmente en los noticiarios radiales cuando son convocados a testimoniar, denunciar u opinar sobre diversos problemas o prioridades de la agenda mediática. Pero estos ciudadanos no son interpelados en la plaza pública o en el café literario, sino en el seno de sus hogares mientras desayunan, en sus automóviles mientras padecen un embotellamiento o en la oficina mientras trabajan en la computadora. Los individuos cada vez más construyen sus opiniones y participan de lo público desde sus casas, ya no necesitan desplazarse al centro de la ciudad para manifestar públicamente el descontento o la adhesión a un movimiento, tampoco requieren salir para entablar nuevas relaciones o solicitar apoyo emocional. El ámbito doméstico se ha convertido en el centro desde donde se tienden puentes con el mundo, desde la casa se puede llamar por teléfono a la radio para expresar una opinión, enviar un fax para realizar una denuncia, mandar un correo electrónico para responder en una encuesta, crear una comunidad virtual, integrar cadenas de solidaridad o tomar parte en un grupo de discusión. Lo cual nos lleva a pensar que en las prácticas de consumo doméstico también se construyen los nuevos sentidos de la ciudadanía (García Canclini, 1995):

No fueron tanto las revoluciones sociales, ni el estudio de las culturas populares, ni la sensibilidad excepcional de algunos movimientos alternativos en la política y en el arte, como el crecimiento vertiginoso de las tecnologías audiovisuales de comunicación lo que volvió patente de qué manera venían cambiando desde el siglo pasado el desarrollo de lo público y el ejercicio de la ciudadanía. Pero estos medios electrónicos que hicieron irrumpir a las masas populares en la esfera pública fueron desplazando el desempeño ciudadano hacia las prácticas de consumo. Se establecieron otros modos de informarse, de entender las comunidades a las que se pertenece, de concebir y ejercer los derechos. Desilusionados de las burocracias estatales, partidarias y sindicales, los públicos acuden a la radio y la televisión para lograr lo que las instituciones ciudadanas no proporcionan: servicios, justicia, reparaciones o simple atención" (García Canclini, 1995:23)

En esta construcción, los medios asumen la fragmentación de la representación sobre la ciudadanía y se ofrecen como mediadores "de la heterogénea trama de imaginarios de identidad de las ciudades, regiones, espacios locales y barriales" (Martín-Barbero, 1999:43). Y es precisamente en esta mediación donde contribuyen a resignificar el ejercicio y la representación de la ciudadanía, poniendo en circulación toda clase de asuntos del orden público y privado cambiando el sentido de sus ámbitos de referencia, relocalizando lo global o proyectando lo local fuera de sus espacios concretos, tendiendo puentes imaginarios con las autoridades, en fin, llevando y trayendo información de la escena pública al hogar y del hogar a la pantalla. Lo anterior explica en buena medida el surgimiento de ciudadanos mediáticos que desde la centralidad cotidiana del hogar claman por ser escuchados y atendidos:

Lo propio de la ciudadanía hoy es el hallarse asociada al ‘reconocimiento recíproco’, esto es al derecho a informar y ser informado, de hablar y ser escuchado, imprescindible para poder participar en las decisiones que conciernen a la colectividad. Una de las formas hoy más flagrantes de exclusión ciudadana se sitúa (...) en la desposesión del derecho a ser visto y oido, que equivale al de existir/contar socialmente, tanto en el terreno individual como colectivo, en el de las mayorías como de las minorías (Martín-Barbero, 2001:30).

Esta última perspectiva sobre la ciudadanía nos abre un importante espacio de reflexión teórica para pensar el sentido y el alcance de la participación en la radio en términos de esfera pública.

Los escenarios radiales: ¿nuevas esferas públicas o "seudoesferas"?

La controversia entre Garnham (1986) y Keane (1997) acerca de la validez del modelo de radiodifusión público como ideal de esfera pública, es especialmente relevante para éste trabajo porque los resultados de nuestra investigación apuntan a reforzar la hipótesis de Keane (1997) en la siguiente dirección: se puede considerar a la radio esfera pública en las nuevas condiciones de globalización y desterritorialización de la cultura y la información, no en el sentido de una esfera única, homogénea y separada del estado o de la vida privada, si no, por el contrario, en la fragmentación de múltiples espacios de concepción diversa y heterogénea, donde se cruzan los discursos del poder con los de la vida privada, y donde muchas veces es difícil precisar los límites o definir los rasgos de cada uno porque son de naturaleza cambiante, y mirados desde ciertos ángulos pueden considerarse públicos, y desde otros privados.

El modelo de radiodifusión público atraviesa serias dificultades como señala Keane (1997), no sólo de orden financiero sino de legitimidad: "tanto audiencias como emisores sienten que el reclamo de representatividad del servicio público, es de hecho, una defensa de la representación virtual de un todo ficticio, un recurso para programar aquello que simula las opiniones y gustos reales de algunos de aquellos a quienes se dirige (...) tal modelo de servicio público encorseta a sus audiencias y viola regularmente su propio principio de igualdad de acceso para todos al entretenimiento, las noticias de actualidad y la programación cultural en un ámbito público común" (1997:54-55).

El recurso de construcción de legitimidad tradicionalmente utilizado por la radio de presentarse como "servicio público", paradójicamente se ha vuelto eficiente en términos de la lógica comercial e ineficiente en la pública, donde por el contrario representa una restricción para abrirse a las demandas de públicos cada vez más volubles y fragmentados. A diferencia de lo que propone Garnham (1990), de definir la esfera pública como un "espacio para una política racional y universalista” que sólo puede depender de unos medios independientes del mercado, la realidad indicaría que se ha fragmentado en varios circuitos que no están necesariamente interconectados. Tampoco guardan relación con un territorio físico determinado o las fronteras nacionales, están en permanente reconstitución y son de variable duración:

Hoy día se ha vuelto obsoleto el ideal de una esfera pública unificada (...) en lugar de ello, figurativamente hablando, la vida pública experimenta una 'refeudalización', no en el sentido en que Habermas utilizó este término (...) sino en el de la conformación de un complejo mosaico de esferas públicas de diversos tamaños, que se traslapan e interconectan y que nos obligan a reconsiderar radicalmente nuestros conceptos sobre la vida pública y sus términos 'asociados' tales como opinión pública, bienestar público y la diferenciación público-privado (Keane, 1997:56).

La clasificación de Keane acerca de las esferas públicas que establece la distinción entre "mesoesferas", "macroesferas" y “microesferas” públicas, nos parece especialmente útil para pensar el problema de la presencia de los ciudadanos en la radio:

Una esfera pública es un tipo particular de relación espacial entre dos o más personas, por lo general vinculadas por algún medio de comunicación (televisión, radio, satélite, fax, teléfono, etc.) y entre las cuales se suscitan disputas no violentas, durante un período de tiempo breve o más prolongado en torno a las relaciones de poder que operan dentro de su determinado medio de interacción y/o dentro de los más amplios ámbitos de las estructuras sociales y políticas en los que se encuentran los adversarios (Keane, 1997: 58).

El autor define a las mesoesferas públicas como los "espacios de debate sobre el poder, integradas por millones de personas que observan, escuchan o leen, a lo ancho de un área de grandes dimensiones, cuya extensión puede ser la del Estado-Nación o bien ampliarse más allá de sus fronteras, hasta alcanzar audiencias vecinas" (1997:62); y a las "macroesferas", como aquellas conformadas por millones de ciudadanos, que "son el resultado (no intencional) de la concentración internacional de las empresas de comunicación masiva, que antes eran detentadas y operadas en el espacio del Estado-Nación " (1997:64 y 65).

En el esquema de Keane una microesfera se constituye por cualquier forma de interacción donde eventual y potencialmente se puedan discutir o intercambiar opiniones acerca de asuntos de interés colectivo de diversos grupos desde reuniones políticas hasta pláticas infantiles sobre video juegos. Aunque resulta cuestionable que éste último ejemplo constituyan una esfera pública, su definición ayuda a situar un conjunto de espacios de distinto tamaño y durabilidad, donde se producen intercambios entre los ciudadanos entre sí, y a su vez con los medios.

En la perspectiva expuesta podemos considerar que todas las formas de encuentro entre los ciudadanos y la radio que se realizan con cierta regularidad: llamar para participar, hacer pública una demanda, requerir asistencia o información, integrar una red de radioescuchas, formar un grupo de autoayuda, o pertenecer a una audiencia cautiva, pueden constituir potencialmente una esfera pública: "desde el momento en que esta manifestación parcial de la opinión se refleja y se difunde a un público más amplio, virtualmente indefinido, gracias a un medio cualquiera, participa del espacio público" (Ferry, 1992:19).

Por último, tal vez sea necesario precisar que
independientemente del carácter público o semipúblico, no todas las esferas públicas son democráticas ni su interconexión está garantizada por institución alguna: "Si bien la esfera pública constituye un sistema de mediaciones comunicativas entre la sociedad civil y los sistemas, en la práctica esta capacidad depende del grado de apertura política de la sociedad y de la porosidad real de los diferentes públicos" (Olvera Rivera, 1999:76). Hablar de esfera pública en las nuevas condiciones mediáticas no define un espacio intrínsecamente democrático, sino un lugar de intercambio de experiencias de variada índole, no obstante significativas en términos de la comunicación y socialización de los asuntos que competen a cada grupo. En esa perspectiva, el interés por los asuntos colectivos coexiste con las necesidades fragmentadas de diversos sectores. Y está coexistencia involucra interconexiones de distinta magnitud y temporalidad entre microesferas, macroesferas y mesoesferas (Keane, 1997). Frente a esta situación, cabe preguntarse si el ideal habermasiano de esfera pública sigue vigente o no, si la participación puede ser real, imaginaria o virtual. En definitiva, si en los escenarios mediáticos puede hablarse de un "nuevo tipo de publicidad o de un viejo modelo de esfera seudopública" (Silverstone, 1996:120).

La naturaleza de la participación mediática

El problema de la participación en los medios se ha concebido desde dos vertientes, una vinculada a la concepción de Habermas sobre el espacio público y otra relacionada con las radios comunitarias en la perspectiva de la educación popular. En el primer caso, la idea de que la comercialización de los medios masivos de comunicación llevó a refeudalizar la esfera pública monopolizando el campo de la publicidad política (Habermas, 1994a), puede ser cuestionada a la luz de las contradicciones que presenta la comunicación moderna. Cuando Habermas (1994b) asocia mercantilización con 'estandarización' y 'recepción uniforme', pone en duda que la publicidad dominada por los medios de masas pueda brindar a los ciudadanos oportunidades de competir y de "cambiar el espectro de razones, temas y valores canalizados por influencias externas, y la oportunidad de abrirlos innovadoramente y de filtrarlos críticamente" (1994b:34).

Una mirada más minuciosa (Mata, 1992; García Canclini, 1995; Morley, 1996; Silverstone, 1996; Ang, 1997) de las instituciones mediáticas muestra que las audiencias pueden participar en la producción de los mensajes de comunicación, renegociando sus significados, dirigiendo cartas a los periódicos, llamando a la radio, o simplemente apagando el televisor o cambiando de estación. Asimismo, las campañas de algunos grupos consiguen afectar profundamente la credibilidad de los medios, y las nuevas tecnologías como Internet, permiten la creación de canales con mayor capacidad de decisión y apropiación del flujo de información por parte de sus usuarios.

En síntesis, la relación del público con los medios no se establece a partir de una monopolización maniquea de los mensajes, sino en una relación de desigualdad entre condiciones de producción y recepción, que no inhabilita al público para ser crítico frente a los mensajes: "tal desbalance no imposibilita al receptor para reaccionar autónomamente ante los mensajes, capacidad que varía de un momento histórico a otro y de un tipo de medio a otro" (Avritzer, 1999:86). Sostener esta posición no implica, como afirmó Habermas (1994a), oponer una política de la esfera pública a una política del consumismo, en la cual la participación en la democracia se reemplaza por la participación en el mercado. Más bien se trata de entender que el estilo de vida asociado a la modernidad, se edifica tanto en la apropiación, circulación y socialización del entramado de la información y el entretenimiento públicos massmediáticos; como en la participación masiva en el consumo de imágenes, objetos, e ideas: "(...) esta mezcla particular de lo público y lo privado, de lo individual y lo colectivo, del demócrata y el consumidor es lo que se forma en las actividades de la vida cotidiana" (Silverstone, 1996:121, García Canclini, 1995).

Los medios electrónicos de comunicación modificaron sustancialmente las condiciones en que se desarrolla el debate público, términos como diálogo, crítica, debate, participación, deben ser repensadas en el marco de la comunicación mediática. La radio hablada, tanto la pública como la comercial, constituyen un escenario privilegiado para abordar este problema. A diferencia de la televisión, basa su credibilidad en oficiar de traductora y canalizadora de las demandas y necesidades ciudadanas, y, ofrece espacios -o genera la ilusión de hacerlo-, para el debate y la libre circulación de las ideas con la participación directa del ciudadano.

El segundo caso, la participación concebida desde la educación popular, se origina a finales de los sesenta con Paulo Freire (1970). El famoso pedagogo proponía que el eje de la educación popular tenía que ser el de transformar a las comunidades, grupos y organizaciones campesinas en actores y partícipes directos en la gestión y desarrollo de su propia educación. Esta postura, con algunas variantes críticas, se ha mantenido hasta la actualidad orientando el trabajo de diversos grupos y organizaciones en comunidades campesinas o en barrios pobres de la ciudad. La radio desde la educación popular se la concibe como un instrumento que permite que las comunidades: "tomen conciencia de sí mismos, se comuniquen eficazmente (...) se organicen social, laboral y políticamente y puedan así, participar en los procesos decisorios que los atañen"1.

El proceso de toma de conciencia depende del desarrollo de capacidades de reflexión crítica sobre la propia realidad social para poder transformarla, en ese sentido diversos medios como la radio, periódicos, y más recientemente el video e Internet, se presentan como herramientas idóneas para facilitar el proceso de aprendizaje en la educación popular, no sólo como medio de difusión sino como instrumento de transformación de la realidad. De ahí que su uso se pensara, y se piense - a diferencia de lo que ocurre con los medios masivos y comerciales -, como la apropiación de las condiciones de producción, lo cual implica que las comunidades deben intervenir activamente en el proceso que va desde la concepción del guión hasta la transmisión de los programas y su posterior evaluación:

Las organizaciones comunitarias son las responsables de todo el proceso comunicativo: desde la programación hasta la gestión de la transmisión (...) Favorece una programación interactiva con la participación directa de la población en el micrófono, e incluso, produciendo y trasmitiendo sus propios programas a través de sus entidades y asociaciones. Por lo tanto está garantizado el acceso público al medio de comunicación" (Krohling, 1998:42-43)

Este esquema, con ciertas objeciones que no es el caso discutir aquí, sigue siendo válido para pensar el desarrollo de la radio comunitaria en diversas realidades locales, étnicas, regionales y culturales, pero no puede trasladarse mecánicamente para pensar la participación en los escenarios mediáticos masivos y comerciales. Es necesario definir la naturaleza de la participación mediática a partir de pensar a los medios no sólo estructurados por la lógica del mercado, sino como "espacios decisivos de reconocimiento social" (Martín Barbero, 1999:50). Efectivamente, en esta perspectiva, la posibilidad de ampliar el margen de participación, no pasa por la apropiación de las condiciones de producción del medio sino del discurso: “(...) hablar de participación es juntar inextricablemente el derecho al reconocimiento social y cultural con el derecho a la expresión de todas las sensibilidades y narrativas en que se plasma a la vez la creatividad política y cultural de un país” (Martín-Barbero,2001:36). De ahí que no sólo sea importante conquistar espacios en los medios (visibilidad) sino poder asegurar que la palabra no sea tergiversada, sacada de contexto o usada para unos fines que no son los del grupo o movimiento.

El problema en estas nuevas condiciones, no es tanto cuestionar el papel y la legitimidad de los medios en la generación de nuevos espacios públicos, sino preguntarse hasta qué punto las transformaciones que introdujeron en la esfera pública empobrecen la vida pública, o, sí, por el contrario ofrecen nuevos desafíos para pensar la relación entre lo público y lo privado, y también las posibilidades de intervención de los ciudadanos en la definición y discusión de los temas de interés colectivo en la agenda mediática.

Espacios y modalidades de participación

Los noticieros han generado espacios importantes para la canalización y expresión de inquietudes políticas y civiles y se caracterizan por ser receptivos de una demanda mucho más heterogénea y multifacética que los denominados programas de opinión pública. El rasgo propio de este tipo de espacios es que no sólo publicitan la obra del gobierno, sino que también vuelven pública la inconformidad, la demanda o la denuncia ciudadana respecto de las mismas y, con ello, permite trazar un espacio de interacción entre la población y el poder local, esbozar "un lugar de expresión de la cosa pública" como refiere Wolton (1992:32).

La participación del radioescucha se inscribe dentro de la estructura del programa, esto quiere decir que se crean espacios especiales para que éste pueda intervenir mediante llamadas telefónicas, cartas, faxes o entrevistas en vivo. Existen varias modalidades, algunas "directas" y otras diferidas. En la primera forma la voz de las personas sale al aire para hacer un comentario, o pedir asesoramiento. En el segundo caso, una operadora o un asistente de producción escriben en un papel el motivo de la llamada y se lo pasan al conductor del programa. La tercera opción, más sofisticada, funciona del siguiente modo: el conductor convoca al público para que dé su opinión sobre determinado asunto, una computadora clasifica las llamadas según unas categorías pre-establecidas y lo que sale al aire es un "promedio" que se presenta como la "opinión pública". Hay que aclarar que la voz en vivo del ciudadano no necesariamente representa más libertad de actuación, en los tres casos se impone algún criterio de selección y/o edición que responde a la línea editorial del programa. Casi todos los noticiarios y programas de opinión pública, reciben denuncias o brindan información sobre los servicios públicos o el comportamiento de los funcionarios. En estos casos la pretensión de mediar entre las autoridades y los ciudadanos se disfraza de línea directa con el poder o de foro alternativo para juzgar la actuación de la justicia. Estos espacios generan la ilusión en los radioescuchas de que pueden participar directamente en la tribuna para la fiscalización y revisión permanente de la conducta de los funcionarios públicos, pero el hecho de que esta tribuna sea imaginaria no le resta capacidad de impacto en términos de publicidad. Cada locutor de radio se convierte en "defensor del pueblo" y se asume como representante mediático de ciudadanos dispersos, no obstante, reunidos en comunidades imaginarias de pertenencia donde para formar parte y participar no es necesario asistir a ninguna reunión ni trasladarse al Zócalo, basta con prender el radio todos los días a la misma hora.

Lo que caracteriza fundamentalmente a la representación mediática es que se elimina imaginariamente la cadena de delegaciones, donde aparentemente los medios consiguen reestablecer la comunicación directa con el poder a través de la mediación del conductor con las autoridades. Esto constituye una poderosa ilusión que da sentido de realidad al papel de los líderes de opinión como representantes del bien público, frente a la dificultad, y también la imposibilidad real de concebir una relación similar entre el ciudadano común y sus representantes escogidos por votación en el Congreso.

Esta "representación", sin lugar a dudas es engañosa y peligrosa, primero porque a través de un espejismo de democracia directa y foro para juzgar la actuación de funcionarios, contribuye a deslegitimar los mecanismos de elección popular en las sociedades masivas. Segundo, porque la representación se realiza dentro de las condiciones de producción del lenguaje mediático. Esto implica que cualquier requerimiento al ser procesado y priorizado según la lógica y las exigencias del medio, involucra restricciones de tiempo, puestas en escena, lenguajes y espacios en la agenda que muchas veces nada tienen que ver con las necesidades reales de los ciudadanos. En este tipo de traducciones se confunde a menudo el tipo de demanda más apremiante o evidente con la necesidad real de información. Por ejemplo, a partir de suponer que a los ciudadanos les interesa menos la información de corte político que la seguridad pública, a menudo omiten la dimensión política de los problemas, o los presentan como excluyentes.

Casi ningún programa tiene registro o seguimiento de las demandas, y son excepcionales las personas que llaman para reportar si se solucionaron o no. La gente en realidad no espera que la radio arregle sus problemas, y al medio tampoco le interesa averiguar que descenlace tuvieron - salvo que ameriten convertirse en una novela por entregas-, lo que importa para ambos es el factor publicidad. Para los primeros significa volverse "visibles" en la escena pública, para los segundos historias que venden.

En el sentido expuesto, podemos pensar en la línea de Martín Barbero (1998) y Mata (1992), que la crisis de las formas orgánicas de representación no se traduce principalmente en un reemplazo progresivo de las formas tradicionales de hacer política, sino en la constitución de nuevos escenarios donde la visibilidad social que reclaman múltiples actores desde la plaza "pareciera que sólo puede realizarse desde la platea, en ese espacio virtual que la televisión pero también la radio y los medios en general, prometen y realizan emborronando otros sentidos de la acción” (Mata,1992).

La participación en las nuevas condiciones del espacio público como estrategia de negociación de condiciones favorables de visibilidad en los medios

Aún en el marco de una desigualdad evidente en la relación entre medios y ciudadanía -en el sentido que los ciudadanos no pueden apropiarse ni intervenir en las condiciones de producción del discurso-, lo que se constata es una transacción de intereses. En la lógica mediática, la participación es particularmente importante no tanto por la cantidad de llamadas recibidas, sino porque éstas se instituyen en el argumento fundamental acerca del ciudadano en el discurso del programa (Giglia y Winocur, 1997). Los medios han descubierto que abrir los micrófonos y ponerse la camiseta de "defensor del pueblo" es un negocio redondo para obtener credibilidad. Aunque la "representación" que ejercen en el doble sentido, como puesta en escena y delegación de los intereses de la ciudadanía, se realiza dentro de las condiciones de producción del lenguaje mediático -lo cual involucra restricciones de tiempo, puestas en escena, omisiones, y manipulación de la información-; los espacios que ofrecen no dejan de ser alternativas válidas como foro de expresión, instancia de presión, publicitación de sus necesidades y recurso de mediación frente a las autoridades. Por su parte, muchos ciudadanos han aprendido en qué condiciones y bajo qué circunstancias un hecho se puede volver noticia y utilizan eficientemente estos recursos. Cuentan con la información necesaria para saber dónde llamar, cómo hacerlo, qué programas son los más adecuados para canalizar distintos requerimientos, cuál es el público a quién va dirigido, y también su rating. Su intervención puede modificar en cualquier momento las prioridades de la agenda, por ejemplo, cuando aumentan las colegiaturas o cambian el horario de verano se producen una infinidad de llamadas que los programas registran como una preocupación generalizada. Las llamadas por lo general se realizan desde el hogar a título personal y rara vez a nombre de una organización o movimiento a pesar de que varios de nuestros entrevistados pertenecían a distintas asociaciones de carácter civil o político. De ahí que este tipo de participación no genere en ninguno de los grupos estudiados expectativas de organización, pertenencia, o continuidad del vínculo. La motivación que prevalece es la de trascender individualmente, lo cual imaginariamente sólo está reservado para los grandes personajes de la política y del espectáculo. Casi todas las instancias de organización de la vida social en las sociedades masivas le exigen al individuo resignarse a ser uno más del montón, pero los medios, paradójicamente, son los únicos que le brindan la ilusión de que se puede obtener reconocimiento simplemente por el hecho de ser una persona cualquiera que se atreve a llamar y decir lo que piensa sin que importe su condición social.

En este espacio de transacción de intereses lo que básicamente se negocia no son las condiciones de participación sino las cuotas de "visibilidad". De ahí también su carácter efímero y la falta de interés de ambas partes frente a la consumación o el desenlace de los hechos: "El dejarse ver y oír, como sentido clave construido (...) en ese espacio creado entre la plaza y la platea, no requiere una posterior consumación; el sentido se consuma y se congela en el propio espacio que lo produce (...)" (Mata, 1992:74).

En síntesis, esta necesidad mutua abre un espacio fundamental de negociación que representa importantes posibilidades para la ampliación de la esfera pública. Los canales que ofrece la radio y más recientememente Internet, tienen un efecto democratizador independientemente de si las demandas se solucionan o no, de la intencionalidad de los actores o de los filtros que sufren en el proceso de salir al aire. En primer lugar, permiten ampliar el espectro de las cuestiones que se debaten, en segundo término posibilitan el reconocimiento de las necesidades de otros, y, por último, validan socialmente la experiencia de individuos y grupos que normalmente son ignorados o discriminados en sus ámbitos de pertenencia más próximos. Lógicamente, lo anterior plantea una tensión entre intereses diversos, muchas veces en pugna que no siempre se resuelve a favor de los que demandan presencia en los medios. De hecho, aquellos participantes que piensan de manera "distinta", sino "venden" de manera inteligente sus preocupaciones corren el riesgo de quedar excluidos del discurso por la vía de la omisión, de la censura o por su condición de minoría. Lo cual tiene como consecuencia la producción de un modelo de participante y de formas de participar que contribuye a reproducir los estereotipos acerca de "lo que piensa la mayoría", "lo que es de interés común", y además acerca de cómo, cuándo y dónde decirlo (Giglia y Winocur, 1996:83).

Para concluir:

Los medios han contribuido notablemente para que la noción de ciudadanía haya dejado de ser un concepto abstracto, restringido al ejercicio de deberes y derechos políticos dentro de una nación, y se haya vuelto una designación popular, polisémica e instrumental. En esta nueva versión de cultura pública los medios conectan las diversas versiones sobre el ejercicio de la ciudadanía que circulan en el imaginario social: (derecho a ser diferente, derecho a circular libremente sin sentirse amenazado, derecho a manifestarse, derecho a tener buenos servicios, derecho al conflicto y a la negociación de intereses antagónicos, derecho a consumir, etc.), con las representaciones más abstractas del ejercicio de deberes y derechos en una suerte de habilitación para la queja que sólo consigue legitimarse si trasciende a los medios. En estas nuevas condiciones el sentido de lo público no se percibe como un espacio de debate ni se construye como un lugar de confrontación de ideas, sino, más bien, como un lugar de visibilidad y reconocimiento de diversas demandas que incluyen desde la posibilidad de canalizar una queja hacia las autoridades hasta depositar una confidencia en la solícita oreja del conductor de un consultorio sentimental.

En la perspectiva expuesta, los nuevos escenarios de la ciudadanía recreados por los medios, se conforman más en el hecho de ser habitante de la ciudad que parte de una nación, en la necesidad de establecer reglas de convivencia con los vecinos que en el interés sobre las condiciones de competencia política, en la gestión de servicios ante la delegación que en la reivindicación de derechos políticos frente al gobierno central, en la integración de pequeños grupos con intereses focalizados que en la pertenencia a un partido político, en la negociación individual o grupal de espacios de visibilidad en los medios que en la participación política en lugares públicos.

Por su parte, la generalización de la participación en los medios como estrategia de inclusión de las demandas ciudadanas en el espacio público ha provocado una transformación importante en el papel que éstos jugaban. Abren ventanas no sólo para mostrar sino para ejercer ciertas prerrogativas que en otros ámbitos han perdido eficacia. Tienden puentes y acortan las distancias entre diversas instancias de gestión política, social y administrativa, asumiéndose como representantes de la opinión pública. No obstante, lo que caracteriza fundamentalmente a la representación mediática es que elimina imaginariamente la cadena de delegaciones, donde aparentemente los medios consiguen reestablecer la comunicación directa con el poder a través de la mediación del conductor con las autoridades. Esto constituye una poderosa ilusión que da sentido de realidad al papel de los líderes de opinión como representantes del bien público, frente a la dificultad, y también la imposibilidad real de concebir una relación similar entre el ciudadano común y sus representantes escogidos por votación en el Congreso. Esta representación, sin lugar a dudas, es engañosa y peligrosa, primero porque a través de un espejismo de democracia directa y foro abierto para juzgar la actuación de funcionarios y políticos, contribuye a deslegitimar los mecanismos de elección popular en las sociedades masivas. Segundo, porque la representación se realiza dentro de las condiciones de producción del lenguaje mediático. Esto implica que cualquier requerimiento al ser procesado y priorizado según la lógica y las exigencias del medio, involucra restricciones de tiempo, puestas en escena, lenguajes y espacios en la agenda que muchas veces nada tienen que ver con las necesidades reales de los ciudadanos. En este tipo de traducciones se confunde a menudo el tipo de demanda más apremiante o evidente con la necesidad real de información. Por ejemplo, a partir de suponer que a los ciudadanos les interesa menos la información de corte político que la seguridad pública, a menudo omiten la dimensión política de los problemas, o los presentan como excluyentes.

Ahora bien, si nos ubicamos en la perspectiva de los ciudadanos, la participación en las nuevas condiciones del espacio público mediático también puede ser definida como una estrategia de negociación de condiciones favorables de visibilidad en los medios. Aunque la lógica de producción mediática distorsione casi siempre el sentido de las demandas cuando aísla sus contenidos del contexto original donde se produjeron, o las disocie de las intenciones o expectativas de quienes la realizan, esto no le resta posibilidades de trascendencia. En el espacio de transacción se produce una readecuación de ambas lógicas, por una parte, la de los ciudadanos con sus necesidades de atención inmediata, mediación frente al poder, reconocimiento social y publicitación de sus problemas; y, por otra, la de los medios con las exigencias comerciales de la construcción del acontecimiento. Se trata de un juego de doble entrada y salida: los ciudadanos, movimientos y organizaciones sociales, necesitan de los medios para hacer visibles sus demandas, socializarlas y replicar en gran escala sus contenidos; por su parte, los medios requieren de los ciudadanos de carne y hueso llamando, solicitando, exigiendo, opinando, criticando, acordando o disintiendo, para legitimar su actuación. Lo anterior implica obligatoriamente entrar en negociación con ellos: el medio puede imponer el marco y las condiciones de actuación de las demandas, pero no puede inventarlas, puede colocar filtros o censurar la información pero no puede omitirlas. Entre otras razones porque la competencia podría ocuparse del asunto, y más en el caso de la radio donde existen más de sesenta espacios entre noticieros y programas de opinión pública, de distinta orientación y públicos objetivos para buscar una canalización de los problemas.

Hasta ahora esta relación ha sido monopolizada por los medios, el marco de ampliación de la participación y la negociación de las condiciones de producción de la información depende mucho de que los ciudadanos aprendan más de la lógica de producción del acontecimiento, particularmente de las condiciones en que un hecho puede volverse noticia. El desafío para los ciudadanos, las organizaciones civiles y los movimientos sociales no es cómo aparecer en los medios, tampoco cómo apropiarse de ellos, suena tan utópico como hacer de cuenta que no existen, el verdadero reto es aprender a servirse de ellos para poder incidir en la definición de los tiempos, formas y contenidos de los canales de participación. Esto también implica desarrollar la capacidad de hacer valer sus argumentaciones en el plano discursivo, de crear sentidos colectivos y significados comunes, sin dejar de reivindicar los intereses propios.

Notas:

*Este artículo recupera y amplía las ideas centrales expuestas en el Capítulo “Radio, espacio público y participación”, que forma parte de mi libro Ciudadanos Mediáticos. La construcción de lo público en la radio, publicado por Gedisa en el año 2002.
1 Documento de ALER (Asociación Latinoamericana de Educación Radiofónica), Marco doctrinario, Quito, 1988,pp 34-35. Citado por Peppino Barale, (1998: 27-34).

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Dra. Rosalía Winocur
Universidad Autónoma Metropolitana, México DF, México.

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