Por Bruno Jara | brunojara@uhora.com.py
Ocurrió a más de uno que tenga cable. Agarrar el control del televisor y encontrarse con un nuevo canal. Es fantástico, pasan películas recién estrenadas, documentales de gran factura y series originales. Pasan los días y la adicción se vuelve cada vez más fuerte. Se deja de ver los canales habituales y se instala en la rutina la nueva programación. Al cabo de unos días o semanas (meses, no) la trasmisión se ve interrumpida por un fondo negro (o del color que se elija) con una leyenda que reza algo así: "señal codificada".
Entonces, los ánimos se caldean. Se busca alguna explicación ante esa dolorosa mutilación de lo que se creía propietario. Uno se comunica a la proveedora del servicio de cable para recibir respuesta ante tal "expropiación". El empleado dice lo que ya se veía venir: "es una señal Premium que tiene otro costo".
Ocurrió a muchos. El servicio de telefonía (preferentemente móvil o celular) plantea dos, tres, cuatro promociones. Hasta que uno se "engancha". Solo que la tarifa está indexada a la moneda extranjera, cuando está fuerte y a la local, cuando aquella está débil. Así, el cliente termina pagando siempre más.
Ocurrió a muchos que buscaron financiación. Se recurre a una entidad financiera, se obtuvo un crédito (el primero siempre de poco monto), al terminar de pagar, inmediatamente te avisa (esta y otras empresas) que se amplió la línea de crédito. Se toma, el segundo, el tercer, el cuatro préstamo, hasta que se tienen los puntos mágicos acumulados, las estrellitas por buen pagador y otros halagos que al final, cuando uno va y pide un monto mayor, el que realmente sirve para la inversión, resulta que el "cliente excelente" debe ser investigado hasta lo último. Es cuando no valen ni los puntos ni las estrellitas ni las banderitas ni mucho menos el salario.
Ocurrió y ocurre. Aquí y en el mundo. Si ocurre a diario con cuestiones pequeñas, por qué no se puede ampliar a otras esferas.
La industria armamentista está en problemas, el presupuesto militar está en peligro de cercenarse. Es el momento ideal para buscar enemigos, preferentemente del nuevo orden o terroristas o, si hicieran falta, extraterrestres. Todo es válido. Si no se venden armas, se inventan guerras, diría más de uno.
De la nada, aparece una nueva enfermedad, que amenaza a toda la humanidad, más que el hambre y la pobreza o la mala distribución de la riqueza. En la última no es el pato, sino el chancho de la boda el que paga.
Los cibernautas contribuyen: "aparece la enfermedad, pero no aparecen los enfermos o, por lo menos los familiares". O incluso "por qué estos no se enferman si están en contacto directo con los supuestos afectados". "Ellos no aparecen, pero si la vacuna milagrosa que puede salvar vidas."
Todo forma parte de estrategias. Desde el punto de vista del márketing, se logró el efecto esperado; para el capital, se recuperó la inversión y se obtuvo el lucro. Es su regla de juego. Es que tiene, en una sociedad consumista, un campo propicio para crecer.
miércoles, mayo 13, 2009
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