viernes, junio 15, 2007

Las fronteras del pensamiento (I): ¿Es el objeto una intención vacía?


Por: Jorge Alberto Hidalgo Toledo

i. Conocer y Describir

¿Qué es realmente el espacio que separa a las conciencias? La separación de un cuerpo de otro cuerpo está plena de objetos de conocimiento dice la ciencia, y de arte, plantea la estética; sin embargo, ¿a qué se reduce la imagen de lo otro, del otro?

No hay otra forma de conocer al yo, su yo, más que colocarse frente a el objeto espacio-temporal solían decir las corrientes realista en la filosofía. Nuestra única forma de entendimiento, según ellos, es directamente a través de lo universal. El singular es ininteligible. No por ser singular sino por ser material, ya que el entendimiento sólo conoce lo inmaterial, los accidentes, lo que se filtra por los sentidos.

Santo Tomás estaba convencido que “nuestra inteligencia es la que alcanza la esencia abstracta y universal de las cosas sensibles. (…) La materia, principio de individuación, es el impedimento de la inteligibilidad e inteligencia de un ser…[1]” De ahí que resulte que el otro no es conocido en lo que realmente es, en su individualidad; es decir, con los sentidos conozco lo que constituye la materia y con el entendimiento conozco únicamente en cuanto hombre, lo que tienen en común o diferente conmigo todos los de mi especie y lo que me rodea.

La gran pregunta: ¿es esto conocer en cuanto son las cosas? Y de ser así, ¿esa es la única forma que tenemos para comunicarnos con ellas?

Preguntas derivadas del problema de lo cognoscible y nuestra relación con el otro, dieron motivo a esta investigación. El saber si en el otro, también hay otro yo; en si como dice Husserl, el otro es en verdad “ausencia significativa”; si toda nuestra insistencia comunicativa es el objeto de intenciones vacías; si nuestro “compromiso personal” (Kierkegaard), nuestras “relaciones interhumanas” (Jacobi) se limitan a establecer una “relación entre realidad y lenguaje” (Hamann) para olvidar la “lógica del corazón” (Pascal); o simplemente hablamos de un diálogo entre la intimidad y el yo.

¿De qué hablamos, cuando hablamos del origen del lenguaje y la representación simbólica usada a través del arte y la escritura? Hablamos del génesis del “yo”, del logos creador, de la estructura reverente, abierta y cocreadora. Nos referimos al nacimiento de la significación, del ordenar el mundo, del devenir de la palabra.

Martín Buber dice que “La actitud del hombre es doble en conformidad con la dualidad de las palabras fundamentales que pronuncia. Esas palabras primordiales son: yo-tú, y yo-ello, que no significan cosas, sino relaciones y son pronunciadas desde el ser[2]”. Relaciones que buscan mantener la tensión dialógica de mismidad y de otredad.

Es el lenguaje quien dota al mundo de significación y actualiza lo esencial. Entre el yo, el tú y el ello, se establece una triada que nos permite “hablar sobre”, que nos posibilita entender que los dominios son ilimitados y que la causalidad puede ser un fenómeno físico o psíquico, tan fugitivo y pasajero como lo que por otro lado se vuelve persistente y duradero.

Identificar el origen del lenguaje y la significación en sus distintas manifestaciones artísticas a través de la búsqueda antropológica, es remitirnos al principio de la relación, es entender en qué momento la inmediatez buscó la permanencia; en qué preciso instante, la existencia intentó diferenciarse del ser-cosa; cómo es que se buscó la revelación como fundamento del misterio ontológico; cómo es que intentamos tender una cuerda entre la cosa opaca y resistente y nuestra naturaleza desnuda e indigente.

Levinás nos dice: “La dimensión de lo divino se abre a partir del rostro humano[3]”; y con el rostro humano, llega lo semántico, lo gnoseológico, lo ontológico, lo social, lo psicoanalítico, lo antropológico, lo estético… En pocas palabras, llega el hombre… Ya lo dijo Heidegger: “en el lenguaje está la morada del ser[4]”.

Referencias

1] SANABRIA, José Rubén, Filosofía del hombre (Antropología filosófica), Segunda edición, Editorial Porrúa, México, 2000. Pág. 142.
[2] SANABRIA, José Rubén, Op cit. Pág. 149.
[3] SANABRIA, José Rubén, Op cit. Pág. 161.
[4] SANABRIA, José Rubén, Op cit. Pág. 167.

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